HISTORIAS

MENTAWAI, EL PARAÍSO DE LOS SURFISTAS

Decidimos capturar las imágenes de la campaña Sundek ss 20 en Indonesia, en el lugar que desde los años 80 se ha convertido en uno de los destinos preferidos para los surfistas de todo el mundo.

Emprendemos el largo viaje con energía y armados de paciencia: nos esperan varias escalas, con vuelos de 6 h, 9 h y 1 h respectivamente (Milán-Doha, Doha-Yakarta y Yakarta-Padang).

Pero no nos hemos preparado para afrontar la realidad local de Padang, capital y localidad más populosa de Sumatra, pero que no tiene nada de turístico, donde es difícil hacerse entender incluso en inglés y las condiciones higiénicas dejan bastante que desear.


Para nosotros, que somos occidentales, el choque cultural es muy fuerte, pues nos sumergimos en la auténtica Indonesia popular, que no tiene nada que ver con la belleza superficial que se ve en las postales. Dormimos aquí una noche y, aunque las comodidades no sean precisamente de 5 estrellas, estamos tan agotados que conseguimos descansar.

A la mañana siguiente, al amanecer, cogemos un transbordador para llegar a la ansiada meta, las islas Mentawai, cerca de la costa de Sumatra Occidental. La travesía, de 2 horas, es la conclusión de un viaje de ida que dura dos días enteros y en el que llevamos encima todo nuestro material indispensable para el reportaje, a saber: dos bolsas enormes con el muestrario de la campaña, las maletas con todo el equipo de fotografía y vídeo, incluidas las escafandras para las tomas submarinas, el equipaje personal y, por último, 4 tablas de surf.


El viaje es tan largo que resulta extenuante, un auténtico éxodo, pero la recompensa es realmente la tierra prometida, porque el atolón que se presenta ante nuestros ojos merece todo el esfuerzo. La naturaleza de las islas parece completamente salvaje, como si ningún hombre hubiera estado antes allí. El espectáculo es impresionante, con el perfil de las palmeras verdes que se recorta en el cielo azul y deja entrever más abajo una línea de playa dorada en contraste con los tonos azules del océano.


El arrecife de coral que rodea cada isla, con su fauna multicolor, se extiende de norte a sur como para proteger esos preciosos granos de arena en medio del agua. Cuando baja la marea, se pueden ver grandes extensiones de arrecife donde algunos peces se quedan atrapados y los pescadores locales prueban suerte con canoas de madera y redes rudimentarias hechas a mano. Viven de la pesca, aislados del resto del mundo, pero no parece que les moleste.


Con la marea alta, las olas que proceden de las marejadas que se crean mar adentro rompen constantemente, creando una capa de aire salobre que envuelve la isla en la que nos encontramos, como una niebla mística.


Cada día, con las primeras luces del amanecer, tenemos una cita con el barquero que nos lleva al arrecife exterior. Bastan unos 20 minutos de navegación y nos encontramos donde se abren al infinito las mejores olas, creando tubos perfectos.

Nos lanzamos de la barca para surfear y hacer fotos, mientras el barquero tira un ancla oxidada para fondear cerca de donde hacemos surf, pero a una distancia suficiente para que no lo arrastren las olas. Nos ha avisado de que la fuerza de la corriente puede llegar a romper las amarras; lo comprobamos una vez en primera persona, cuando tenemos que llegar nadando a la barca, que mientras tanto se ha movido. Aquí las condiciones para surfear cambian constantemente según el viento, la marea y la dirección de las olas, lo que da lugar a una variedad prácticamente infinita. Comprendemos así por qué, para los surfistas de todo el mundo, cabalgar las olas de las islas Mentawai es como para los amantes del baloncesto jugar en el Madison Square Garden.


La razón es sencilla: la increíble abundancia y variedad de las olas, que no se pueden comparar con las de ningún otro lugar del planeta. Hay olas de derecha y de izquierda, largas y sencillas, paredes de agua agradecidas y tubos perfectos, olas fáciles para principiantes, olas desafiantes para los más expertos y opciones de todos los niveles de dificultad.


Volver a casa, después de 8 días en este rincón de paraíso terrestre que parece creado en especial para el surf, resulta aún más difícil que a la ida, y no precisamente por la duración del viaje.