Voy al volante del pick-up por la Old Topanga Canyon Road, atravesando la sierra de Santa Mónica. Falta poco para el cruce con la Pacific Coast Highway, que nos llevará hasta Malibú.
Ya estamos: aunque todavía está oscuro, entreveo el océano y el letrero de un viejo local de comida rápida. Esta carretera me hace recordar la época de oro del surf, las imágenes de LeRoy Grannis, uno de los fotógrafos más importantes de la historia de este deporte. El aire está caliente y la marejada coincide con el viento de Santa Ana, conocido también como «el aliento del diablo». Llega del nordeste y carga con todo el calor acumulado en el desierto de Nevada. Despierto a Alessandro, veo las olas romper a lo lejos y la silueta del muelle más famoso de la costa que se recorta sobre el océano.
Este lugar, en parte por su cercanía a la ciudad de Los Ángeles y en parte por sus olas largas y fáciles, atrae a muchos surfistas. Como era de esperar, aunque todavía no ha salido el sol, ya se empiezan a ver numerosos aficionados… Nos cuesta encontrar aparcamiento. No tengo que animar a Ale a que se lance al agua, ya está en bañador preparado para encerar la tabla. Yo también me muero de ganas de surfear estas olas, pero antes quiero inmortalizar este momento mágico. Alessandro acaba de llegar al pico y ya vislumbro cómo coge un magnífico set. El viento pulveriza la cresta de la ola y él se desliza en la punta de su tabla, hasta la resaca, en una carrera que parece intemporal. Nos miramos y, con un gesto, me transmite todo su entusiasmo. Ambos sabemos ya que este amanecer será memorable.
This is wonderful Malibu!